XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Evangelio: (Mc 13, 24-32)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo el cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».

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Santa Faustina anotó en su Diario (D. 154)

Cuando era la adoración de las Hermanas de la Familia de María, al anochecer, con una de las hermanas fui a esa adoración. Cuando entre en la capilla, la presencia de Dios envolvió mi alma en seguida. Oraba así como en ciertos momentos, sin decir una palabra. De repente vi al Señor que me dijo: Has de saber que si descuidas la cuestión de pintar esta imagen y de toda la obra de la misericordia, en el día del juicio responderás de un gran número de almas. Después de estas palabras del Señor cierto temblor y un temor entraron en mi alma. No lograba tranquilizarme sola. Me sonaban estas palabras: Sí, el día del juicio divino deberé responder no solamente de mí misma, sino también de otras almas. Estas palabras se grabaron profundamente en mi corazón. Cuando volví a casa, entré en el pequeño Jesús, caí de cara al suelo delante del Santísimo Sacramento y dije al Señor: Haré todo lo que esté en mi poder, pero te ruego, quédate siempre conmigo y dame fortaleza para cumplir Tu santa voluntad, porque Tú puedes todo, y yo no puedo nada por mí misma.

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  • El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, dice el Señor misericordioso. ¿Confío en Él lo suficiente como para vivir el día de hoy sin temer por el mañana?
  • Jesús quiere mi salvación y felicidad eterna. También quiere que le lleve a otras personas, de acuerdo con su voluntad. Lo más importante en la vida es cumplir el plan de amor de Dios para mí. ¿Le pregunto cuál es su voluntad en mi vida diaria?
  • Le pediré al Espíritu Santo que esté siempre conmigo y que me dé la fuerza para hacer la voluntad de Dios.