XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

San Marcos (Mc 9, 38-43. 45. 47-48)

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús:

«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros».

Jesús respondió:

«No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la “gehenna”, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la “gehenna.”

Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la “gehenna”, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».

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Santa Faustina anotó en su Diario (D. 719, 720)

Hoy escuché estas palabras: Has de saber, niña Mía, que por ti concedo gracias a toda la región, pero debes agradecerme por ellos, porque ellos no Me agradecen por los beneficios que les concedo. A base de tu agradecimiento seguiré bendiciéndolos. 

Oh Jesús mío, Tú sabes lo difícil que es la vida comunitaria, cuántas incomprensiones y cuántos malentendidos, muchas veces a pesar de la más sincera voluntad de ambas partes; pero éste es Tu misterio, oh Señor, nosotros lo conoceremos en la eternidad. Sin embargo, nuestros juicios deben ser siempre benignos.

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  • Jesús dice: “Quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. ¿Juzgo demasiado rápido, como los discípulos de la perícopa de hoy?
  • “Nuestros juicios deben ser siempre benignos”, escribió Santa Faustina. ¿Puedo decir que me esfuerzo por lograr esta actitud de corazón misericordioso?
  • Le pediré al Espíritu Santo la gracia de un corazón humilde, manso y agradecido por todo el bien que Dios hace a través de mí, y también a través de mis hermanos y hermanas.