Madre de la Misericordia Encarnada

“María pues es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la misericordia: Virgen de la misericordia o Madre de la divina misericordia; en cada uno de estos títulos se encierra un profundo significado teológico, porque expresan la preparación particular de su alma, de toda su personalidad, sabiendo ver primeramente a través de los complicados acontecimientos de Israel, y de todo hombre y de la humanidad entera después, aquella misericordia de la que « por todas la generaciones » (cf. Lc 1, 50) nos hacemos partícipes según el eterno designio de la Santísima Trinidad (Dives in misericordia, 9).

María es la Puerta por la que Jesús – la Misericordia Encarnada entra al mundo. El misterio de la redención comienza a realizarse en la tierra en el momento en que María, con el corazón abierto y confiado, dice su Fiat en respuesta a la palabra que Dios le dirige .Es allí, en Nazaret, donde la Madre del Hijo de Dio empieza a experimentar de manera tangible que Dios misericordioso es fiel a sus promesas y que su misericordia es un don incomprensible, inmerecido y digno de adoración.

En tus actividades diarias, ¿esperas la palabra que Dios tiene para ti?

¿Has experimentado el cumplimiento de las promesas de Dios en tu vida?

¿Cuáles fueron estas promesas y cómo las ha cumplido Dios?

“Hoy sentí la cercanía de mi Madre, la Madre Celestial. Antes de cada Santa Comunión, ruego fervorosamente a la Madre de Dios que me ayude a preparar mi alma para la llegada de Su Hijo y siento claramente su protección sobre mí. Le ruego mucho que se digne incendiar en mi el fuego del amor divino con el que ardía su puro corazón en el momento de la Encarnación del Verbo de Dios” (D. 1114).

“Y entendí que el mayor atributo es el Amor y la Misericordia. El une la criatura al Creador. El amor más grande y el abismo de la misericordia los reconozco en la Encarnación del Verbo, en Su redención, y de esto entendí que éste es el más grande atributo de Dios” (D. 180).