”La misericordia —tal como Cristo nos la ha presentado en la parábola del hijo pródigo— tiene la forma interior del amor, que en el Nuevo Testamento se llama agapé. Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado. Cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino como hallado de nuevo y «revalorizado»” (Dives in Misericordia, nº 6).
Al experimentar la misericordia de Dios, podemos mostrarla a nuestro prójimo. Sin embargo, la verdadera misericordia excede nuestras capacidades humanas, por lo que siempre es una participación en la divina misericordia de nuestro Señor. Es importante que al abrir nuestro corazón a la experiencia de la misericordia de Dios, dejemos que Su misericordia fluya a través de nosotros hacia nuestras hermanas y hermanos. La verdadera misericordia puede reconocerse por el hecho de que la persona que la recibe «no se siente humillada, sino como hallada de nuevo y «revalorizada».
En tus obras de misericordia hacia el prójimo, ¿te sitúas en la posición del que es «superior» porque ayuda a los demás?
¿Prestas atención a la forma en que realizas la misericordia?
¿Desarrollas en tí mismo la sensibilidad de la misericordia para ayudar a tu prójimo de tal manera que no se sienta avergonzado?
“Hoy pregunté imprudentemente a dos niños pobres si de verdad no tenían nada de comer en casa. Los niños no me contestaron nada, y se alejaron de la puerta. Comprendí que les era difícil hablar de su miseria, entonces los alcancé apresuradamente e hice volver dándoles lo que pude y para lo cual obtuve permiso” (D. 1297).
“Hija Mía, deseo que tu corazón sea la sede de Mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre el mundo entero a través de tu corazón” (D. 1777).