¡La lucha todavía no ha terminado!

Parecía el final de la pelea, que ya era hora de un merecido descanso, y sin embargo… el Domingo de Ramos vale la pena, más que nunca, escuchar estas palabras de Jesús: hija, aún no estás en la patria; así pues, ve fortalecida con Mi gracia y lucha por Mi reino en las almas humanas (D. 1489).

El último domingo de Cuaresma, ¿necesitamos una fuerza especial para terminar la lucha con la victoria? ¿Por qué? El oponente, cuyo nombre es Satanás, justo en la última semana de Cuaresma, duplicará sus esfuerzos para atacarnos, a un ritmo rápido, con dos golpes entrenados con precisión:

  • la tentación de caer en el torbellino del trabajo y
  • la tentación de discutir, en la que se cae con mayor frecuencia en los momentos de cansancio y prisas

Por eso es necesario preparar una estrategia de defensa bien diseñada para noquear a Rival. En nuestra ayuda viene la maestra polaca y mundial en la lucha espiritual: Santa Faustina, que decidió no dejarse llevar por el frenesí del trabajo; interrumpir un momento para mirar hacia el cielo (D. 226). Este ejercicio no es fácil. Requiere autodisciplina y cooperación con la gracia de Dios, por ejemplo, mediante la petición diaria por la mañana, dirigida al Señor Jesús, para que nos ayude en la Semana Santa a recordar esta práctica y realizarla con paciencia en los momentos de rechazar los golpes.

Ante un golpe cercano en la pelea, para esquivarlo podemos aplicar: El silencio es una espada en la lucha espiritual… El alma silenciosa es fuerte; ninguna contrariedad le hará daño si persevera en el silencio (D. 477). Por supuesto, no se trata de no decir nada. Más bien de reflexionar sobre si lo que voy a decir a alguien complace a Jesús o es mejor callar. También se trata de la forma de decirlo. Se gana más con delicadeza que con un tono áspero y obstinado para defender la propia opinión, que no siempre tiene por qué ser la más adecuada. Por eso, no nos detengamos en los laureles ya ganados. Las rondas anteriores son solo un calentamiento. Nos esperan noches sin dormir, hacer colas, prisas en la limpieza, e incluso el deseo de que todo salga perfecto. No nos sorprendamos si durante la Semana Santa el coche se estropea o el pastel se quema. Miremos al cielo y mantengamonos en silencio o incluso «para enojar al diablo», digamos: ¡Dios, tú eres el Señor de mi tiempo! ¿Y entonces? ¡Ring libre, siguiente asalto!