La Divina Misericordia en Costa Rica

No podría contar la historia sobre mi apostolado, sin mencionar la forma en que se inició esta devoción en Costa Rica. De una manera muy particular, el Señor quiso que empezara en 1977, año en que estaba prohibida, pues debía transcurrir un año más, para que el Vaticano levantara la prohibición.

Para esa época, mi madre, Claudia de Gambassi, asistía diariamente a la misa en la Catedral Metropolitana de San José, nuestra capital, y después, visitaba al Santísimo, en la Capilla de Santa Margarita de las Oblatas al Divino Amor en el Barrio Amón, cerca de la Catedral.

Cierto domingo, al retirarse de la visita, encontró en el marco de una ventana lateral de la Capilla un folleto de diez páginas unidas con grapas, que llevaba por título “Novena a la Divina Misericordia”.

Después de titubear un poco, ya que no era muy dada a las novenas, decidió recogerla y se la llevó para estudiarla. Sin embargo, a la hora del Rosario por la noche, decidió rezarla, ya que trataba de Jesús Misericordioso y quería pedirle un milagro: que una de mis hermanas, quien no había podido tener hijos, quedara embarazada.

Al sexto día de la Novena, cuando se pide por los niños pequeños, mi madre se olvidó de rezarla. Cuando se percató del olvido, se incorporó para hacerlo y en ese momento, sucedió algo inesperado: escuchó una voz interior que le decía: “Tienes que propagar esta devoción en Costa Rica“.

En el primer momento, ella no le dio mayor importancia, pensando que era obra su imaginación; pero como la voz no cesaba, se empezó a sentir nerviosa. Entonces, se levantó para caminar por la casa, con la intención de despejar sus pensamientos. Así se mantuvo hasta las cuatro de la mañana, cuando ya pudo conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, no fue a la acostumbrada misa diurna, pues estaba asistiendo por las tardes a un retiro de Cuaresma en el que asistiría al oficio litúrgico, por lo que aprovechó para regar el jardín. Fue entonces cuando escuchó de nuevo la voz que le hacía la misma petición. Entonces, lo recordó todo.

Cabe aclarar que mi madre era una persona muy espiritual, pero un poco escéptica ante las fantasías sobre apariciones y milagros. A pesar de ello, volvió su mirada al cielo y exclamó: “Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Qué hago?”

Fue de esta manera, que decidió llamar por teléfono a varias imprentas, pues en aquellos tiempos, era la única forma de reproducir la novena. Pero tardaban más de quince días en entregárselas y ella quería distribuirlas en el retiro cuaresmal al que asistía. Por fin consiguió que, una amiga que trabajaba en una oficina donde tenían un mimeógrafo, le imprimiera trescientos ejemplares. Fue así como empezó a repartirlas, primero en el retiro y después, al final de cada misa a las que asistía.

Fueron varios acontecimientos vividos los que la llevaron a convencerse del llamado divino: el haber encontrado la novena en la Capilla, su imperiosa necesidad de imprimirla y regalarla al final de la misa, finalmente, la señora que recibió un ejemplar y le contó que esas novenas las repartía una monjita llamada Sor Dolores Larios radicada en el país, lo que llevó a mi madre a buscar a la religiosa para hablar con ella.

Esta le conto que ella había encontrado esa novena y también había experimentado la urgencia de difundir esa devoción; pero al no contar con los medios económicos para hacerlo y después de varios días de oración y ayuno, decidió dejarla en la ventana de la Capilla de Adoración Perpetua, pidiéndole al Señor que mandara a la persona adecuada para la difusión de esta devoción. Mi madre sumamente impresionada se arrodilló fervorosamente ante el Santísimo y le prometió que propagaría la devoción, mientras viviera. Y así lo hizo hasta su muerte.

En sus inicios, ya que esta práctica no era conocida, ella consultó con sacerdotes y religiosos, quienes le dijeron que estaba prohibida por el Vaticano. Pero el Señor empezó a hacer grandes milagros a través de la Coronilla y la Novena, pues muchas personas empezaron a contactarla para solicitársela. Está por demás decir que mi hermana quedó embarazada en el mismo mes en que mi madre empezó la novena y meses después, nació María del Milagro, que cumplirá cuarenta y tres años en noviembre de 2020.

Un año después, en 1978, el señor Arzobispo de San José, Monseñor Carlos Humberto Rodríguez Quirós, quien ya conocía a mi madre como presidenta de las Damas Vicentinas, la mandó llamar para interrogarla sobre la devoción que estaba promoviendo.

Al principio, ella titubeó, pues no sabía por dónde empezar. Fue por eso, que el señor Arzobispo le pidió su testimonio por escrito, instrucción que ella cumplió de inmediato. Días después la llamó de nuevo a su oficina, para explicarle que él había conocido esta devoción en Europa y que ya se había levantado la prohibición.

“Definitivamente el Señor la escogió a Ud. para esta misión”, le explicó, agregando que mi madre había tenido una ´locución interior´ y que era necesario fundar una asociación, con ella como presidenta y un sacerdote como director del apostolado. Fue así como yo también me incorporé y empezamos a averiguar sobre la vida y obra de Santa Faustina, que en aquella época era solo Sierva de Dios. Fue un trabajo difícil, pues aún no existía Internet, pero el Señor se encargó de suplirlo todo enviando a personas que habían traído folletos desde México o Estados Unidos con la biografía de Sor Faustina, la Hora de la Misericordia, etc. Pero sobre todo, nos llegó la imagen de Jesús Misericordioso, que nosotros no conocíamos.

Con el material que nos fue llegando, imprimimos los folletos con todos los elementos devocionales, a la vez que dimos a conocer la imagen. Pero, no fue hasta el año 1993 en que obtuvimos el diario de Sor Faustina en español, valioso documento que todavía importamos de los Padres Auxiliares Marianos de Stockbridge, Massachusetts.

A través de los años, hemos promovido la devoción, que ha llegado hasta los rincones más lejanos de nuestro país con la ayuda de sacerdotes que nos apoyan, y así fue como empezamos a celebrar la Fiesta de la Divina Misericordia el II Domingo de Pascua, mucho antes de que se instituyera en el año 2000.

Recuerdo con mucha alegría las grandes celebraciones que se hicieron en el Gimnasio Nacional para la Beatificación de Santa Faustina en 1993, y en la Catedral Metropolitana para su Canonización en el 2000. En ambas ocasiones, tuvimos gran afluencia de fieles venidos de todo el país. Fue en la beatificación, cuando nuestro asesor actual, el Padre Eric Fallas cuando era seminarista, asistió a la ceremonia de la beatificación en Roma y nos trajo la reliquia de la santa, siendo nuestra Asociación la primera que la tuvo en Costa Rica. Para su canonización, fuimos mi esposo y yo los que recibimos la gracia de asistir a la ceremonia en el Vaticano.

En octubre del 2005, durante el II Congreso Internacional de Apóstoles de la Divina Misericordia en Cracovia, tuve el honor de recibir la lámpara del Fuego de la Misericordia para Costa Rica y América latina, la cual siempre está presente junto con la reliquia de Santa Faustina en las misas, celebraciones y encuentros que celebra nuestro apostolado.

Puedo decir con alegría que el legado de mi madre es muy grande. Ella cumplió a cabalidad lo que el Señor le pidió aquella noche de la revelación. Uno de sus logros más significativos fue la celebración de una misa mensual el día veintidós de cada mes, fecha en que el Señor le había pedido a Santa Faustina que pintara su imagen. Y como Él es fiel, se llevó a mi madre el veintiuno de febrero de 2014, la víspera de esa fiesta, por lo que su funeral fue precisamente el Día de la Imagen, esa, que ella tanto se preocupó por divulgar.

Mi madre tenía entonces noventa y cinco años.

Leonor Gambassi Muñoz