El mensaje más importante para ti es que no estás solo en esta lucha. Sea cual sea la lucha, Jesús está contigo, y Él recibirá la mayoría de los golpes. Tu enemigo te alcanzará en tanto en cuanto Dios lo permita. ¡Debes ser consciente de que eres incondicionalmente amado por Él! Es como si al comienzo del duelo entre dos boxeadores el árbitro fuera el padre de uno de ellos. Y sin embargo, a ti y a Dios os unen lazos mucho más fuertes que la sangre. De modo que lo que es inaceptable en una pelea deportiva está justificado en la lucha espiritual. Cuando te sea demasiado difícil, ¡simplemente abrázate al árbitro! Él mismo te anima, como animó a la hermana Faustina: Yo soy tu fuerza, Yo te daré fuerza para luchar (D. 1485). Y ella así hizo: Cuando la lucha se hace tan dura que supera mis fuerzas, me arrojo como una niña en los brazos del Padre Celestial y tengo confianza que no pereceré (D. 606).
¿Sabes ya en qué o por quién lucharás durante estas cinco semanas? La semana que viene, la próxima ronda.