No creo en ninguna práctica mágica, Halloween, sino en la comunión de los santos, es decir, en la presencia de los santos entre nosotros. Entonces surge una pregunta: ¿quién es santo?
San Pablo de Tarso escribió cartas a los santos, por ejemplo, a los santos de Éfeso (Ef 1,1), a «todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos» (Flp 1, 1), y aun así eran normales, y como nosotros pecadores. Porque la santidad no significa no tener pecado. La santidad es normalidad, sinceridad con Dios y con uno mismo. La santidad es la capacidad de ver en si mismo una semejanza de Dios y al mismo tiempo la debilidad propia. La santidad es arrepentimiento y un celoso deseo de mejora. La santidad es un anhelo constante de amar MÁS a Dios y al prójimo.
A estos santos, aunque no canonizados, pero que aman sinceramente a Dios, sin duda pertenecía la Madre Teresa Potocka, que tenía la fuerza de dar gracias siempre a Dios y de hacer Su voluntad (y esto es lo que es la santidad), esta fuerza la sacaba de la adoración del Santísimo Sacramento. Ella modeló su vida en María, y por eso, su canción favorita fue el Magnificat. Amaba mucho a las mujeres y chicas moralmente descuidadas que se le habían encomendado, y las educaba como una verdadera madre.
El 1 de noviembre de 1862, fundó la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Polonia. Su amor a Dios, el cumplimiento de Su voluntad, el espíritu de sacrificio y el pensamiento sobre la salvación de las almas, lo imitaba también santa Faustina Kowalska, que después alcanzó las cimas de la santidad. En su «Diario» espiritual santa Faustina escribió: “En víspera del día de los difuntos, cuanto al atardecer fui al cementerio que estaba cerrado, entreabrí un poco la puerta y dije: Si desean, queridas almas, alguna cosa, la haré con gusto, dentro de lo que me permite la regla. Entonces oí estas palabras: Cumple la voluntad de Dios. Nosotras somos felice en la medida en que hemos cumplido la voluntad de Dios” (D. 518).
Es por eso que creo que los santos no son solo aquellos que ya disfrutan del don del cielo y adoran a Dios y oran con nosotros y por nosotros, sino que también creo que los santos están en la escuela y en el trabajo… Cristo siempre nos santifica cuando pedimos Su misericordia. Podemos decir con valentía: sí, somos santos, aunque queremos serlo aún más…