“La Cruz de Cristo (…) habla y no cesa nunca de decir que Dios-Padre, que es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre, ya que « tanto amó al mundo —por tanto al hombre en el mundo— que le dio a su Hijo unigénito, para que quien crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna » (J 3, 16). Creer en el Hijo crucificado significa « ver al Padre » (cf. J 14, 9), significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia (Dives in misericordia, nº 7).
El año 2020 llega a su fin. Otro año de nuestra vida en el que no nos ha faltado ni un momento la gracia de Dios, y en el que el Dios misericordioso nos ha cuidado con amor.
Ha sido un año lleno de muchos acontecimientos diferentes, tanto alegres como tristes. Ha sido un año de nuevos desafíos, debido a las experiencia dolorosa de la pandemia que ha afectado a tantas personas en todo el mundo.
Podemos decir que ha sido un año en el que, además de la alegría, la cruz ha estado presente en nuestras vidas … Y quizás muchos de nosotros tengamos el siguiente pensamiento: ¡Qué bueno que este año ya se acaba… espero que el próximo sea mejor!
¿Quizás merece la pena preguntarse hoy cómo miras la cruz en tu vida?
¿Cómo aceptas los acontecimientos difíciles y dolorosos? ¿Los vives con Jesús?
¿Crees en el amor eterno de Dios Padre por ti y que este amor es «más poderoso que cualquier mal en el que esté envuelto el hombre, la humanidad, el mundo»?
“Jesús, en Tí confío
+ Hoy a medianoche despedí el Año Viejo 1936 y di la bienvenida al año 1937. En esta primera hora del año, con temblor y temor, me enfrenté a nuevo periodo. Oh Jesús misericordioso, Contigo enfrentaré con arrojo y audacia luchas y batallas. En Tu nombre cumpliré todo y superaré todo. Oh Dios mío, Bondad infinita Te ruego que Tu misericordia ilimitada me acompañe siempre y en todo” (D. 859).
“Cuando dieron las doce, mi alma se sumergió en un recogimiento más profundo y escuché en el alma una vez: No tengas miedo, niña Mía, no estás sola, lucha con valor porque te sostiene Mi brazo; lucha por la salvación de las almas, invitándolas a confiar en Mi misericordia, ya que ésta es tu tarea en ésta y en la vida futura” (D. 1452).